RELATOS DE AZOTEA


En la mayoría de los pueblos y ciudades del sur de España, existe la ancestral costumbre de sentarse a “tomar el fresquito” tras la puesta del sol. Este hábito, que tristemente es cada vez menos practicado en los grandes núcleos urbanos, tiene su origen y explicación en el deseo de combatir el tan temido calor, que los habitantes de dicha zona tienen que soportar desde el mes de Mayo hasta el de Octubre la mayoría de los años. Ya sea sentados a las puertas de las casas, en los patios o en las azoteas, cada día los vecinos ofician un entrañable ritual, que da comienzo a la caída de la tarde.
En mi caso, recuerdo que en la casa de vecinos donde viví mi infancia, este mágico ritual se llevaba a cabo en una de las azoteas comunes que dicha casa tenía. Doña Amelia, que así se llamaba la señora que se encargaba del riego y cuidado de la flores, elegía cada día a uno o dos ayudantes de entre la legión de niños y niñas que cada tarde con renovada ilusión, aspirábamos al cargo de auxiliar de riego, que con “jarrillo de lata” en ristre, nos colmaría de una manera de disfrutar realmente placentera. Tal vez este fue mi primer paso en el sentir ecologista.
Terminada esta gratificante tarea, entraban en escena Consuelo y José “el de Vitoria”, que tras un escrupuloso baldeo, dejaban la azotea limpia y fresquita para que los vecinos ataviados de sillas, butacas, hamacas, mecedoras o esterillas de lona, los más pequeños, descansar por unas horas del sofocante calor soportado durante todo el día. En aquellos años de tan maltrecha economía para la mayoría de los habitantes de España, más acusada aun si cabe en el sur, la comida era escasa, pero esto no obstante, no impedía que en ocasiones los allí congregados portasen manjares, como fruta, chacinas, frutos secos o el consabido gazpacho andaluz, lo cuales compartían. Tras esta improvisada y fugaz cena que era tanto de agradecer, daba comienzo lo que para mí era lo más esperado de la noche, los mayores, generalmente José “el de Vitoria”, contaban unas increíbles historias, algunas ciertas otras quizá inventadas, que con toda seguridad ellos habrían escuchados de sus mayores.
Ahora sé, que recostado en esa loneta, contemplando con los ojos del alma esos cargados cielos preñados de estrellas, tan típicos del periodo estival y ¿como no?, guardando en mis entrañas esas historias que allí se escuchaban, nacieron lo que para mi son “Relatos de Azotea”.

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